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En la ciudad de Roma, el martes 21 de noviembre de 2017, el cardenal Kevin Farrel, prefecto del nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, entregó oficialmente los nuevos estatutos de la  Comunidad del Emmanuel a su moderador, Laurent Landete. Una hoja de ruta y una muestra de confianza por parte de la Iglesia.  A continuación trascribimos la homilía que predicó mons. Farrel en la misa de Acción de Gracias celebrada en la iglesia de San Lorenzo, en Roma.

Queridos hermanos y hermanas,

La Santa Misa de Acción de Gracias que hemos celebrado hoy es una alegre ocasión para presentar al Señor, como una ofrenda, aquello que El mismo nos ha dado de forma gratuita.

Le agradecemos y le ofrecemos el don del carisma que ha dado vida a la Comunidad del Emmanuel hace más de 40 años. Un carisma que nació de la experiencia íntima y  transformadora de la presencia de “Dios con nosotros”. Una presencia que comienza en la encarnación y se prolonga en la Eucaristía y en la comunión espiritual entre los hermanos. Si, ¡Verdaderamente Dios está en medio de nosotros y nos hace sentir su presencia cercana!. Es en esta experiencia que nace en ustedes el deseo de adorar, de anunciar a los demás y de permitir que su corazón lleno de amor se sirva de ustedes como “canales” para llegar a tocar y a consolar aquellos que se encuentran en sufrimiento y necesidad.

Agradecemos al Señor hoy por el don de numerosas vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio nacidas en el seno de la Comunidad, que muestra al mundo cómo el amor de Dios puede llenar una vida, hacerla bella y llena de alegría espiritual, fecunda y plena de muchos frutos.

Agradecemos a Dios por la vocación a la vida matrimonial que muchos de vuestros jóvenes han abrazado y viven con generosidad cotidiana,  enfrentando sacrificios y renuncias heroicas en favor de sus hijos y de sus conyugues.

Agradecemos igualmente al Señor por la aprobación de estos nuevos estatutos, que acompañan el nacimiento de la Asociación Clerical de la Comunidad del Emmanuel, en la cual los sacerdotes pertenecientes a la Comunidad pueden ser incardinados. Es un nuevo don que permite a vuestros sacerdotes, al tiempo que sirven a la Iglesia local,  hacerse disponibles para la misión universal de la Iglesia, manteniéndose unidos a sus hermanos laicos y laicas según el carisma propio del Emmanuel.

Y presentamos también al Señor los dones, tanto de las nuevas misiones, como del crecimiento de la Comunidad entre los miembros de las iglesias católicas orientales y de numerosas otras gracias que os confirman la presencia de Dios sin la cual nada es posible y os animan a continuar con vuestro apostolado.

Es bueno pensar que el Señor en este momento os dirige también las palabras de aprobación que hemos escuchado en el Evangelio: “¡bien, buen servidor!, como tú has sido fiel en lo poco, recibirás el gobierno de diez ciudades”.  Ustedes, posiblemente, han tenido la impresión de haber hecho  muy poco, puede ser con escaso celo y muchas imperfecciones. Y sin embargo, ese “poco”, esa fidelidad en el don de vuestra vida por el Evangelio y por los hermanos, el Señor la ha hecho fructificar mucho. Hacemos poco, pero si ponemos todo en sus manos, lo “poco” se convertirá en “mucho”. Y el Señor, viendo vuestra fidelidad, os dará “otras diez ciudades”.  El os  confiará nuevas tareas, nuevas responsabilidades, nuevas misiones.  Respondan siempre a esa confianza que Dios ha puesto en ustedes y estén siempre disponibles para aceptar las tareas que El pondrá en vuestras manos.

La Parábola evangélica nos exhorta igualmente a no tener miedo y a ser valientes. El hombre que confía las monedas a los servidores antes de partir de viaje no fue amado por su pueblo. Al contrario, el Evangelio dice explícitamente que los ciudadanos “lo odiaban” y querían alejarlo de ellos.  Con frecuencia el “maestro” al cual servimos no es amado ni respetado en el medio en el cual vivimos y trabajamos. Jesús, y también su Iglesia, son, muchas veces, rodeados de hostilidad y prejuicios. Pero, como los servidores de la Parábola, no debemos dejarnos amedrentar por ese clima hostil.  No debemos quedarnos prisioneros de nuestros  miedos y esconder los tesoros de la gracia que el Señor nos confía en el bolsillo de nuestra pequeñez espiritual, de nuestros prejuicios, de nuestro confort. ¡El Señor nos pedirá cuentas!.  Podemos también ser tentados a esconder nuestra fe, a esconder el amor de dios que hemos conocido y la esperanza que anima nuestras vidas.  Y pensar entonces, para asegurarnos una mezquina tranquilidad, hacernos “invisibles”. Pero no es lo que el Señor quiere de nosotros. La moneda de oro que Él nos ha dado tiene un valor intrínseco, y cuando es bien utilizada, dicha moneda crea siempre más riqueza.  Vuestro carisma es esta moneda.  La experiencia del amor de Dios es esta moneda.  Vuestra fe en la presencia real de “Dios con nosotros” es esta moneda. El ardor misionero que Dios ha iluminado en vuestros corazones es esta moneda. ¡No tengan miedo, estén seguros que ella dará muchos frutos si no la esconden!.

Queridos amigos: unidos a la Virgen María y llenos de gratitud, agradezcamos al Señor por los dones que Él nos ha dado a lo largo de estos años y que El continúa haciendo, y pidámosle la gracia de ser buenos y fieles administradores de sus riquezas.

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