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Los alumnos viven por grupos, en casas, en donde comparten la vida cotidiana, la vida espiritual, la formación  la misión. Esta experiencia permite a los jóvenes, que vienen de distintos países, desarrollarse como personas, aprender idiomas y comprender  y valorar culturas, creciendo así en autonomía (ellos mismos deben hacer aseo, cocinar, arreglar la casa, etc.), caridad, trabajo en equipo, liderazgo y amistad, pues viviendo juntos se hacen hermanos por toda la vida.

 

“Para mi, la vida comunitaria en la ESM Salvador fue una bella gracia que Dios me dio. En este caminar tuve la oportunidad de madurar como hombre, adquiriendo responsabilidades que antes no tenía, tales como realizar las tareas de una casa o lavar mi ropa. Así, el amor por mí mismo fue creciendo, cultivando al tiempo la responsabilidad y el amor por quienes me rodean; para mi, esto fue como vivir la realidad de las primeras comunidades cristianas”

Santiago, 21 años, Colombia

“Tras vivir este  proceso de conocimiento, de reconocimiento de nosotros mismos, de aprender a convivir, de aceptar a los demás, y así hacer crecer la verdadera caridad con los hermanos, ¡todo ahora es más simple!. Es bueno poder ser yo misma, y ser amada por lo que soy y como soy.  Es bueno vivir con personas diferentes que me enseñan mucho, es bueno vivir esta comunión, es bueno estar juntos”.

Bibiana, Porto Alegre, Brasil


La vivencia de la caridad fraterna necesita la vivencia de una intimidad con Cristo como centro de toda actividad. Por eso, el aprendizaje del silencio en la vida diaria, de la oración personal y comunitaria, hace parte de la programación.

La participación en la liturgia eucarística, en la confesión regular, en la adoración al S. Sacramento, en la alabanza y en la lectura orante de la Biblia fortalece el amor de Dios, la confianza y la escucha.  Aclara el discernimiento espiritual en la vida diaria y en la relación a su propia vocación.

El acompañamiento personal y la experiencia de retiros espirituales permiten además vivir etapas de liberación y de unión con Dios. La vida fraterna con personas de culturas y edades diferentes ayuda a aceptarse y a acoger la misericordia de Dios.