El p. Rafael Fornasier es sacerdote de la Comunidad del Emmanuel incardinado en la diócesis de Niterói, Brasil. Testimonia cómo surgió su vocación. Para él toda vocación envuelve el misterio de la relación del ser humano con Dios.

Vivo mi vocación en la alegría del Espíritu Santo

 Toda vocación envuelve el misterio de la relación del ser humano con Dios. Cuando se habla del misterio, se piensa en algo que no podrá ser comprendido y no en algo cuya comprensión nunca podrá completarse.  Mi vocación sacerdotal fue para mí un misterio que tal vez yo solo consiga entender en la vida eterna. Pero vivo con la alegría del Espíritu Santo que me motiva y me mueve continuamente a servir al Reino de Dios en este mundo, para mi propia realización y la salvación de muchos.

Los primeros pasos 

Recuerdo bien:  después de un retiro de carnaval, en 1994, con una congregación que trabajaba en el noroeste de Fluminense (Río de Janeiro) recibí un folleto con una breve historia de San Vicente de Paúl.  La vida de quien se convirtió en el más grande santo de la Iglesia durante el siglo XVII, me tocó profundamente. En ese momento pensé para mí: “es bonito ser sacerdote… ¡pero eso no es para mí!”

Entre 1993 y 1994, cuando tenía 18-19 años, vivía un tiempo de grandes preguntas sobre mi vida.  Mientras se finiquitaban mis posibilidades profesionales (estaba terminando la escuela Técnica y trabajando  en música)  se manifestaba en mí un deseo de profundizar en las cosas de Dios.  En medio de esas preguntas personales y existenciales, fui invitado a participar de un retiro de carnaval. Fue el inicio de un camino de intimidad con Dios, que tuvo su continuidad en marzo de 1994 cuando inicié mi participación en un grupo de oración carismático, en la misma ciudad de Campos. Yo solo tenía un deseo: hacer la voluntad de Dios.  En la segunda o tercera noche de participar en aquel grupo de oración experimenté una gran efusión del Espíritu Santo, después de haber suplicado a Dios una experiencia real de su presencia en mi vida.

Probando el Amor de Dios.

Realmente, esa experiencia de efusión del Espíritu Santo me hizo probar el amor de Dios por mí y suscitó una revolución en mi vida: al día siguiente de esa experiencia fui a comprar una biblia, libros de oración y comencé a ir a misa todos los días. Antes sólo iba de vez en cuando a las misas dominicales.

De ahí en adelante el asunto de darme a Dios para hacer su voluntad siempre estaba presente. En esa época surgió el deseo de vivir en una de esas “nuevas comunidades” que estaban naciendo. Esa búsqueda iba de la mano de mi discernimiento vocacional.  En 1995 al finalizar mi curso técnico, ayudado por la oración y por la de mis hermanos y que había encontrado en la región donde me había mudado, decidí hacer el camino vocacional   en la Arquidiócesis de Niterói, R. J.  Después de pensarlo mucho, ingresé al seminario en 1996. Desde el inicio de mi vida en el seminario siempre mantuve el deseo de ser sacerdote en comunión con los otros estados de vida, y no solito.  Para eso continué mi  búsqueda por una vida comunitaria y acabé poco a poco, aproximándome a la Comunidad del Emmanuel. La conocí en Brasil y fui convocado a ir a Portugal y luego a Bélgica a discernir mi vocación comunitaria.  Con el acompañamiento de mis sucesivos obispos, acabé  ingresando a la comunidad y realizando un largo camino de formación. Fui ordenado en 2005 en la Arquidiócesis de Niterói, R. J.

Actualmente retomo, con estupor delante de mi vocación sacerdotal, el versículo del Salmo 116 rezado durante mi ordenación: “¿Cómo podré retribuir al Señor por el bien que me hace?. Elevo el cáliz de mi salvación invocando el nombre del Señor”.

A los jóvenes que me leen en este momento, les aconsejo una sola cosa:  Pedir a Dios tener una experiencia suya  en sus vidas y dejar que Él les muestre la voluntad que tiene para con ustedes.  Como decía el Papa emérito Benedicto XVI: “Dios no quita nada, pero da todo”.

Fuente: http://emanuelnobrasil.com.br/testemunhos